AVENTURAS Y DESVENTURAS DE LA CULTURA ANDALUZA
AVENTURAS Y DESVENTURAS DE LA CULTURA ANDALUZA:
Del término "cultura andaluza" suele abusarse y tomarlo como arma arrojadiza para intentar clavarla -simbólicamente, claro- en la mente y la mentalidad del adversario, aunque, a veces, el atacante no sepa muy bien si tiene entre las manos un hacha de silex o un fusil de la guerra de las galaxias. Son las cosas que , por mor de una centralización afrancesada desde 1700, llegaron con la transición a la democracia.
Entonces, en España, cada cual tuvo que labrarse las bases de su raíz territorial sin andarse mucho por las ramas del árbol de la investigación y, siguiendo -quizás sin saberlo- a Otto Bauer, buscar apresuradamente en el pasado las claves regionales del particular destino universal. Teniendo que partir así, ligeros de equipaje, se editaron entonces en comics todas aquellas Historias de (Andalucía, Asturias, Baleares..) en las que, salvo Cataluña, cada cual encontraba la razón de su existencia en la Reconquista, o sea, en la religión disfrazada de cultura. Los únicos que se salvaban de este esquema eran los vascos y los canarios, pero para refugiarse en estereotipos mucho más antiguos, atemporales y casi tan eternos como una divinidad.
De este modo, las culturas regionales, se afirmaban sobre una base que impedía a parte del patrimonio andaluz el poderse calificar de tal, dado que aquí era donde se había forjado la personalidad de los otros. Si hubiéramos tenido que depender de esas historias nos habíamos quedado casi sin nada, ya que la imagen que nos representaba se parecía, como una gota de agua a otra, al arquetipo de cultura española formado por la Restauración.
Aunque los volcanes de Lanzarote pudieran ser canarios de pura cepa, a Andalucía sólo le cupo el papel de gran contenedor en el que, desde la más remota antigüedad, diversos pueblos fueron dejando su acervo: los hindúes, el flamenco y los judíos, los dulces; los navarros, los toros,; los árabes, la Mezquita, la Giralda y la Alhambra; los celtas, el tamboril y la flauta. La Semana Santa era obra de vallisoletanos y vasco-catalana, la feria de Sevilla.
Dado que esto era así y no tenía remedio, hubo teorías que no encontraron otra salida a nuestas carencias de algo propio que afirmar que la principal característica de el pueblo andaluz era la de haber digerido todo esto y convertirlo en autóctono 8?), aunque esto fuera, ni más ni menos, lo que siempre había hecho todo el mundo_ los italianos con los fideos y los farolillos chinos, los franceses con el románico lombardo, los ingleses con el gótico francés, los portugueses con el estilo Tudor manuelino... y los hindúes con el orientalismo de la Inglaterra victoriana, Pero la cuestión era conformarse.
Nadie se acordó de que el descubirdor de la potencia de la Cultura andaluza fue el rpfesor Hugo Schuchardt, que aconsejó a Demófilo no referir sus estudios a España entera sino a Andalucía, que, en realidad, los resumía. Para los cánones de investigación que entonces regían -los sociólogos de Spencer- contaba bien poco la España yerma de finales del XIX.
Su cultura diferenciada de la de otros países europeos había surgido con la fusión, en el siglo XIII, de los vectores castellano y andalusí, y había llegado a la madurez con un Imperio que tenía aquí abajo su centro neurálgico y aquí producía la mayoría de sus manifestaciones. Cuando en el XVIII una nueva administración quiso imponer las reglas del mercantilismo, en una Andalucía, ya sin barcos, los antiguos cánones quedaron convertidos en regionales y también en barbacana para defender, contra la Ilustración, las viejas concepciones teocráticas. Pero esa barbacana, desde la que se llamaba a obstaculizar el progreso de las ciencias, sirvió al mismo tiempo para preservar muchas de las tradiciones que en otros lugares se llevaron por delante el comercio y la revolución industrial. Y, como a la postre ésta no llegó a casi nadie, las expresiones andaluzas rellenaron el hueco en la mayor parte de España. La anglofilia o francofilia de las élites harían el resto y desde aquella fiesta en Triana de Estébanez, la Guy y el Planeta, el saber popular andaluz hasta tuvo que ser tomado por los castizos como bandera patriótica ante la invasión extranjera en las artes, la música y las letras que esta vez defendían como progreso y cultura los petimetres de todas las facciones.
Pero luego, ya se sabe; vino el invento de las exposiciones internacionales, y los próceres de una España a la que apenas le quedaba otra cosa que unas cuantas islas, descubrieron que sólo podían construir sus pabellones en Londres, País, Viena o Chicago con la España árabe y llenarlos de jipios, meneos y banderillas. Estaba claro que, salvando las mantas de Terrassa, Andalucía era lo único que podía venderse, aunque los decibelios del clamor antitaurino, antiflamenco, antibético y antipenibético de los próceres contrarios se elevaran por encima de cualquier otro ruido y las ideas nacionalistas se desarrollaran atacando aquellas manifestaciones de barbarie.
Ahí quedó estancada la cultura andaluza en el guirigay del 98, y ahí siguió hasta cerca de los felices veinte; sólo la Generación del 27 supo encontrar síntesis que apenas si todavía hoy logramos entrever, pero las cortó la guerra civil. Los nuevos saldos de la Dictadura de Franco prolongaron y pudrieron una cuestión tan vieja.
Mientras tanto, la cultura andaluza, la de verdad, ha seguido en el rincón del arpa becqueriana: es cierto que se ocuparon de ella, en muchas épocas y diversos campos, Averroes y Abenjaldún, Jehudá Haleví, Alfonso X, el Arcipreste de Hita, Juan de Malhara, Pacheco, Fernando de Herrera, Hernán Ruiz, Monardes, Joseph Vázquez, Pepe Hillo, Mozart, Cadalso, Blanco White, Estébanez Calderón, Richard Ford, David Roberts, , Bécquer, Valera, Bizet, el barón Von Schack, Silverio Franconetti, Hugo Schchardt, Demófilo, Los Guichot, Romero de Torres, Falla, Los Machado, Villalón, Lorca, Emilio García Gómez, Picasso,Fernand Braudel, Carande... Pero fueron muy pocos los que se pusieron a homogeneizarla, sintetizarla, diferenciarla e interiorizarla.
De todo ello pueden deducirse varias conclusiones: la primera es que eso que llamamos cultura andaluza es, en buena parte, la síntesis de variadas superposiciones culturales que, prolongándose y mezclándose aquí a lo largo de siglos, adquiere personalidad propia.
La segunda es que, debido a su mima potencia y a la debilidad de la del conjunto español, la cultura andaluza ha ocupado, o se ha visto forzada a ocupar, el puesto de cultura española, tanto para la imagen exterior (incluida la de Cataluña y Vasconia y, si me apuran, el sur francés), como para dar coherencia interna a la mayor parte del territorio español, porque de los comics ya no se acuerda nadie.
La tercera es obvia: dado que a finales del XIX no se produjo una vertebración sistemática, científica y diferenciadora de nuestros rasgos (sólo una venta de lo superficial) y que, en gran medida, éstos siguen impregnando la cultura española, intentar reducirla al estrecho marco de cultura regional para enseñarla o aprenderla en unas pocas lecciones sería, a parte de un flaco favor, una tontería.
Algo muy distinto es cómo encuadrarla en la Educación y, sobre todo, en la Investigación. Pero esa es otra historia de la que habrá que hablar, dialogar y discutir.
Antonio Zoido Naranjo
Jefe del Gabinete del Consejero de Educación y Ciencia.
Publicado en el períodico ANDALUCÍA EDUCATIVA, Enero-1999, de la Consejería de Educación.
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